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Esta semana en “la cosa está así” viajamos hasta Colombia. País situado en la región noroccidental de América del sur, y constituido como un estado social y democrático de derecho. Con una superficie de aproximadamente dos millones de km cuadrados, se convierte en la tercera nación más poblada de América latina con algo más de 47 millones de habitantes, donde el 51% son mujeres.

Tierra de café y caña de azúcar, Colombia es una economía emergente que en los últimos 10 años ha experimentado un crecimiento promedio anual del 5,5%. Sin embargo la distribución desigual de la riqueza mantiene a un 33% de colombianos viviendo por debajo del índice de la pobreza. Este último dato, tiene que convivir con el contraste que supone el hecho de que el país goza de opulentos recursos naturales, demográficos y lingüísticos, que desprecian taxativamente los datos de pobreza.

Cuando el contexto se plaga de energía potencial, y las carencias son el terreno firme, los ligamentos de la ética se difuminan con precisión para la amplitud del movimiento.

Desde hace más de 50 años, los conflictos armados, las guerras políticas y la corrupción han tomado el mando de la inestabilidad interna que gobierna el país. En poco tiempo, los valores sociales se vieron tapizados por un día a día en el que la violencia adquiría normalidad por momentos. Se llegó a convivir con la delincuencia hasta tal punto que logró desmerecer el asombro de cualquier ciudadano. Este devenir exigió socialmente un pago en valores éticos que no tardó en cobrarse de la integridad colombiana. Fue entonces cuando los significantes difuminaron los límites de la mercantilidad extendiéndola a todo objeto o persona que evocase cualquier tipo de valor, adquiriendo inmediatamente las cualidades de una mercancía en toda regla. Como se viene dictando a través de la historia, no se pudo obviar la potencialidad del cuerpo femenino para dicha tarea.

Esto quizá explique que la prostitución en este país se considere lícita si es de carácter voluntario. Desde el año 2012 está regularizada mediante un corte constitucional que se encarga de intentar garantizar unos derechos laborales mínimos para, como allí se las conoce coloquialmente, las fufurufas. Una vez normativizado el conflicto de la prostitución, se presuponen con facilidad las posibilidades de un mercado de trata de blancas: enviar a una mujer colombiana victima de trata de personas al mercado asiático(el europeo se complica por el tema de los visados) es relativamente fácil; a la red le cuesta entre 4.000 y 6.000 dólares. Una vez allí, estas mujeres asumen una deuda de aproximadamente 35 mil dólares. Teniendo en cuenta que en países como Hong Kong, Singapur o Japón ganarán cien veces más que prostituyéndose en su país, estas inocentes estiman que habrán saldado la deuda en un par de meses. Sin embargo, el tiempo medio para cancelarla es de dos años en los que la red saca una rentabilidad por mujer que supera el cuarto de millón.


Tanto es así, que Colombia es considerado punto confluente de trata de blancas, en el que la explotación sexual, los trabajos forzados y el matrimonio servil se valen de la delincuencia para convertirse en poderosas armas de intercambio. Desde el 2001 la Organización Internacional de las Migraciones ha reforzado en Colombia el programa integral de lucha contra la trata de personas, pero esto no ha impedido que en el año 2012, creciera un 31% del cual el 20% son niñas menores de edad.

Lejos de obstaculizar, la situación colombiana, no fue si no un aliciente del que se sirvieron las mujeres para subrayar su situación de equidad frente al hombre. A pesar de participar tempranamente en la lucha por el reconocimiento nacional, tardaron varias décadas en conseguir el reconocimiento al derecho de voto. El primer cargo ejecutivo ocupado por una mujer fue en 1954, patentando por primera vez el compromiso de lucha de la mujer colombiana. Hoy en día son cada vez más las mujeres que ocupan cargos públicos en Colombia lo que supone una vanguardia reseñable en la batalla contra el machismo. A pesar de todas estas consecuciones, como en toda América Latina, en Colombia subyace una estructura implícita de patriarcado, que relega a la mujer a una situación biológica de obediencia al macho.

 Esto justifica un entramado de normas no escritas, que establecen que toda muestra de superioridad por parte del hombre exige cierta sumisión por parte de la mujer, aunque esto suponga ir en contra de su voluntad, o de la ley. De esta manera, algunos individuos llegan a justificar violaciones o crímenes domésticos como se ejemplifica en la noticia que les ofreceremos al concluir esta sección.

 Pero antes, hemos tenido el placer de hablar con alguien , que nos ha querido transmitir su experiencia personal. Esinla Yepez es una mujer colombiana de 30 años de edad y residente en España desde los 18. Esinla tuvo que emigrar en busca de un futuro. Recuerda su país con cariño y se le llenaba la boca al hablar de su riqueza cultural y de sus gentes joviales. Su tono era otro cuando le preguntamos acerca del machismo en su país. Esinla replicaba a nuestras insinuaciones con el argumento de que la mujer, tiene las mismas posibilidades de promoción que el hombre y que de hecho ya se pueden encontrar colocadas en las altas esferas de la política. "Las mujeres no son victimas" afirmaba con rotundidad. Este testimonio contrastaba con su descripción de la mujer ideal: " la colombiana siempre va a llevar las manos arregladas, es echada para delante, con garbo... la mujer española habla como un hombre..." Terminamos el coloquio  quedándonos con la siguiente cita: "si que existe el machismo, aunque una mujer sea una ejecutiva de éxito, el hombre la va a mantener" Agradecemos su  atención a Esinla.

A continuación, os trasmitiremos un suceso que nos llamó poderosamente la atención y que no queríamos pasar por alto en esta sección: el pasado sábado 16 de noviembre, Colombia despertaba cargada de indignación por las declaraciones del dueño de un restaurante de Bogotá donde presuntamente fue violada una chica de 19 años.

A las 3 a.m de esa misma noche, la muchacha fue encontrada casi inconsciente en el parking del local por algunos empleados, tras cenar y bailar animadamente con dos hombres de nacionalidad española.

Andrés Jaramillo, que así se llama el susodicho declaraba:  “Estudiemos qué pasa con una niña de 20 años que llega con sus amigas, que es dejada por su padre a la buena de Dios. Llega vestida con un sobretodo y debajo tiene una minifalda. ¿Pues a qué está jugando? Para que ella, después de excomulgar pecados con el padre, diga que la violaron”

La replica en las redes sociales no tardó, en facebook y en twitter bajo la etiqueta: #mepongominifaldayque. La consejería de la Equidad de la Mujer también declaró que testimonios como este son los que justifican la violencia de genero en el país y que culpar a la mujer de una agresión sexual por su atuendo lamentablemente no resulta un exabrupto en la cultura colombiana.
A pesar de las disculpas de Jaramillo, millones de jóvenes por Internet se han convocado para hacer una sentada en minifalda en la puerta del restaurante.

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